miércoles, 4 de marzo de 2009

Carta a un espejo (I)

Hola, querido espejo, de nuevo volvernos a encontrarnos ¿Cómo estas hoy?, seguro que bien. Hoy me acuesto a tu lado para volver a pasar un rato contigo. Ayer cuando me fui de esta habitación, me tope con otra noticia que me dio un impulso…pero hacia abajo, al igual que otra que he recibido esta mañana. ¿Que opinas de las malas rachas? Si, esas a las que tanto se recurre en los deportes, pero que también existen en la vida. Me basta con cerrar los ojos y descubrirte todo lo que me dicta el corazón y ella misma.

Son como un día gris, lleno de nubes, que llevan lluvia y no sabes cuándo van a parar de descargar. Algunas veces se van sin más, un cambio, una sorpresa, una buena noticia que hace que haya sido un pequeño mal rato acompañado de un “uf, menos mal que ya pasó”; otras veces pasa mucho tiempo sobre nosotros y parece que se fuese a quedar para siempre, como esos visitantes no bien recibidos e inaguantables que sabemos cuando llegaron, pero ignoramos cuando se irán.

No me tildes de pesimista, si quieres sacar algo positivo de ellas también puedo decirte que quizá lo hay: sirven de filtro –grande o pequeño, según la situación- para saber con quienes podemos contar y con quienes no… algún compañero que simplemente te acompañaba en la rutina diaria ocupando una silla al lado tuyo, y solo lo veíamos como eso, para acabar convirtiéndose en una caja de sorpresa y que jamás pensarías que pudiese reaccionar así…o a algún amigo que ostentaba ese título hasta entonces, sin merecer más que un pequeño diploma de conocido. Eso si es una prueba de fuego para testar esto.

Pero sin duda, lo más concluyente de estas malas rachas es que nos acercan a alguien que quizá no conocíamos tanto: nosotros mismos. Una noche contemplamos nuestra expresión de tristeza, preocupación y angustia ante el espejo, al dia siguiente nos levantamos con un pequeño impulso de fuerza que nos surge no sabemos muy bien de donde, y que nos dice que no estamos dispuestos a rendirnos, que vamos a luchar por nosotros mismos, por reencontrar un punto de luz en un panorama tan, tan oscuro…y entonces nos cargamos a la espalda la pesada mochila del momento, -a veces pesadísima-, y salimos a la calle. Sonreímos al portero, miramos al cielo para ver como amanece y como la banda sonora de los pájaros acompaña ese momento, no paramos de reírnos cuando nos encontramos con la gente de todos los días, y esa misma tarde decidimos ir a comprar o a cenar fuera; Aunque después, cuando llega la noche, de nuevo nos abracemos a la almohada con vértigo, como si nos hubiesen quitado el suelo de debajo.

Las malas rachas, por eso, nos ayudan a distinguir las buenas. Son el termómetro de nuestra vida, lo que nos indica que lo que deseamos esta en otro momento o en otra parte y nos impulsa a luchar por encontrarlo; a veces en la esperanza, otras tan sólo en el recuerdo, en esos momentos guardados en la memoria en los que descubrimos que éramos felices, quizás sin saberlo.

Lo más difícil, querido espejo, es encontrar ese impulso, que esperamos llegue en cualquier buena noticia –por pequeña que sea- que nos haga olvidar que hay cosas contra las que no podemos luchar ni hacer nada porque no están en nuestra mano, y debemos encontrar el camino mejor asfaltado para llevarlas en nuestra pesada mochila; es por eso, que cuando suceden estas cosas solo deseamos que pase todo lo más rápido posible sin pedir nada más que los valores cotidianos, poder llegar a casa mirando nuestras zapatillas con cariño y sentarnos en nuestra silla deseando solo que nada estorbe esos momentos de satisfacción.

Es hora de irme, supongo que te visitare en otro momento para seguir contándote. Espero que algún dia pueda contarte que esto ha pasado.

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